Un hombre extraño sin nombre duerme boca abajo en los márgenes de la calle Huancavelica, otro más allá, desparramado, besa la vereda de enfrente echado sobre sus tripas. A la vuelta de la esquina, uno intenta levantarse y de rodillas hace esfuerzos por erguir el dorso y la cabeza que se le caen de sueño.
Son las cinco y cincuenta de la mañana y la gente en la plaza de armas se agolpa en las calles, mira el suelo cubierto de flores frescas cuyos aromas se elevan desde los asfaltos hasta el firmamento despejado de nubes y estrellas. La flor de retama, la famosa rima rima, el alhelí, invaden de piedad y mística la ciudad.
_ La procesión ya va a salir. Comenta una mujer joven que mira al interior de la Catedral a través de sus puertas abiertas de par en par. La Misa de Pascua de Resurrección ha terminado.
Unos enormes arcos de flores hechos a base de ramas de florecillas, adornan las cuatro cuadras de alrededor de la Plaza de Armas de Tarma y ‘las alfombras más bellas del mundo’ hacen gala de coloridos pétalos que dan forma a interesantes dibujos, la mayoría relacionados con la fe, la paz, la justicia, con sus trabajos y sus deseos que puestos ahí, al pie del anda, Dios los verá y los bendecirá.
Unas cuadras arriba, sube una calle empinada un borracho apoyándose en la pared. Habla a voces, dice cosas que nadie atiende y se aleja hasta desaparecer.
_ Sofía fue anoche a la fiesta de Acobamba. Escuchamos decir a una muchacha de unos dieciocho años a otras jóvenes que avanzan con ella por los estrechos surcos a los márgenes de las largas alfombras por donde la gente se abre paso para apreciar los cuadros hechos con flores. Las cámaras disparan sus flashes desde todos los ángulos.
-Este año han venido más turistas- Declara un hombre hospedero de Semana Santa, cuando le preguntamos por el número de sus huéspedes en su casa acondicionada para la ocasión.
Ya amaneció y el anda de Cristo Resucitado está en el umbral de la puerta de la catedral, una organizada banda acompaña a la imagen y cada vez más gente se aglomera entorno a ella. Ha empezado la última procesión de la Semana Santa. La imagen de metro y medio es la de un Cristo vestido de túnica blanca, de pie en el que fuera su tumba, con un brazo en alto y con el mástil de un banderín blanco en la otra mano.
Entre vítores y aplausos avanza -!Qué lindo!, exclama una anciana mientras se persigna. La procesión comienza.
Detrás del Cristo Resucitado otra anda se asoma al umbral de la Catedral, es la imagen de Santa María Magdalena que tomará el camino contrario de la plaza para salir al encuentro del Señor, la que según el evangelio de Juan es la primera que vio a Jesús Resucitado y que luego corrió a anunciarlo.
Nuevamente la gente se agolpa, ahora son los devotos de la santa que buscan ir a su lado. Más allá otros fieles y no tan fieles siguen a paso lento contemplando las alfombras como en una galería de arte; de lejos levantan la mirada en tanto continúan con lo suyo.
Los comerciantes de golosinas en el centro de la plaza hacen su agosto con la venta de algodones dulces, manzanas de caramelo, juguetes para niños y más allá en las esquinas o en calles aledañas crece la venta de desayunos al paso en pequeños puestos de comida, picarones, panes, café y porqué no una patasca para empezar bien el día más jubiloso del calendario litúrgico.
_ ¿Cuánto cuesta? – Preguntamos a uno de los agachados.
_ Siete soles nomás, sabrosito, para que te calientes – Responde el buen hombre sonriente, echándose vapor de la boca en las palmas y frotándoselas luego.
Ambas andas se desplazan cada una por un lado de la plaza, se alejan para encontrarse luego en otro punto. La de Cristo se detiene en la esquina derecha de la catedral y el anda de Santa María Magdalena está por llegar a la esquina izquierda, ahí donde un hombre vende emolientes calientes. El grupo de cantores entona un canto y pronto esa esquina es invadida por el fervor religioso, por unos instantes muchos ajenos a la procesión detienen el paso y rezan, se santiguan y miran los rostros recogidos de los devotos, de los que han asumido el compromiso de acompañar la procesión de principio a fin.
En la otra esquina donde se ha detenido en simultáneo el anda de Cristo Resucitado la conmoción es más grande; la banda para de tocar, el sacerdote reza y los numerosos feligreses empiezan a entonar más cánticos, la gente aplaude. El anda está ahora debajo de un arco de retamas y sobre la primera alfombra de flores.
Más allá de la plaza y su atmósfera religiosa, a lo largo de las calles principales, hay un clima de resaca, algunas cantinas y discotecas todavía están abiertas, se pueden escuchar las solitarias carcajadas de los que sobrevivieron a una noche de frenética celebración como en el salsódromo del que fuera el antiguo cine Ritz.
_La gran fiesta ha sido anoche y no acá, ha sido en Acobamba- nos cuenta el dueño de un restaurante que abrió temprano. – La fiesta de la media naranja, allí todo Tarma se va a bailar- Concluye.
En la plaza el momento más importante de la procesión está por llegar, las andas se encontrarán a la altura del edificio de la municipalidad. Mucha gente se adelanta para ubicarse en el mejor lugar y así poder ver el encuentro.
Las alfombras por las que pasó el Señor terminaron revueltas, algunos recogen los pétalos y arrancan ramas de hojas verdes de los arcos. Dice la creencia popular que quien golpea suavemente la boca de un infante con las hojas de la rima, el niño empezará a hablar bien o dejará la tartamudez.
Por fin llegó el momento crucial, ahora las dos imágenes están frente a frente; la de Santa María Magdalena se inclina lentamente y pasa. La gente aplaude y canta. La banda comienza. En un rato más ambas volverán a encontrarse, pero esta vez en la puerta de la catedral; y así la procesión habrá terminado por un año más.
Es domingo de Resurrección, el día más feliz del calendario católico, y la atmósfera de la plaza de armas de Tarma es atravesada por estampas de todas las pasiones. La fiesta religiosa ha concluido y las otras celebraciones también. Dejó la primera, un lastre de flores húmedas revueltas en los asfaltos y un cálido aroma a incienso; y la segunda, sobrevivientes de las huestes de la parranda.
Cerca del medio día las agencias de buses se atiborran de gente con equipajes y mochilas al hombro, son los forasteros que emprenden camino de retorno siguiendo a los que se fueron el día anterior o esa misma mañana muy temprano.
En unas horas, al caer la noche, la ciudad volverá a ser la de siempre. La celebración de Semana Santa habrá terminado para los que rezaron y se recogieron, para los que viajaron a conocer y experimentar las diversas expresiones de fe del interior del país; y para los otros, los lugareños, que luego quizá, de rezar tanto y de tanto conocer optaron por un ciego festejo entre licor y jaranas hasta amanecer a cuerpo tendido en las aceras.
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